Lo más heroico y aguerrido que Zapatero nos ha ofrecido hasta la fecha ha sido descabalgar de sus
pedestales al último dictador, eso sí, con nocturnidad y francachelas asociadas.
Una de esas estatuas la secuestraron los socialistas en la Castellana de
Madrid, que coincidió con un homenaje cercano y disoluto al genocida Carrillo,
al que la gesta de retirar la estatua de Franco se le ofreció como un trofeo.
Tres cuartos de lo mismo sucedió en la Academia General de Zaragoza, donde se
aprovechó el período vacacional de los cadetes para avisar a la grúa municipal y
comentar que había un caballo de bronce, con un hombre raro encima, que se
hallaba aparcado en doble fila.
Y eso porque el
dictador pronto llevará cuarenta años muerto y sepultado bajo una lápida de
varias toneladas de peso, que si no, ¡ni de lejos se hubiesen atrevido estos
socialistas que a sí mismos, en palabras de Gabilondo, se califican como
"los buenos"! Otra hombrada del mismo calibre consistió en eliminar
de un cerro en Talarn (Lérida), donde se ubica la Academia de Suboficiales, la frase
patriótica que nuestros soldados en el Líbano y otras misiones internacionales han
llevado a la práctica hasta sus últimas consecuencias: “A España, servir hasta
morir”.
Ahora, en un
nuevo acto asustadizo y falto por completo de liderazgo, Zapatero se ha
escondido durante tres días debajo de la cama, donde se supone que no ha dejado
de lloriquear, y finalmente no ha tenido más remedio, a preguntas del jefe de
la Oposición, que dedicar dos o tres minutos, a desgana, a esa media docena
de soldados españoles que han dado su vida en defensa de unos valores que la
patria española les encomendó custodiar por encargo de quien dice representarla
al máximo nivel: el Gobierno.
Para
entendernos, el Presidente ha preferido usar en el Congreso de los Diputados,
en lugar de una merecida loa a los soldados fallecidos en acto de servicio en el Líbano,
cuatro frasecillas rutinarias e improvisadas, tan breves como hipócritas y
cargadas de una solemnidad inoportuna no precisamente referida a las víctimas, sino al mundo
de Alicia en el que vive. Si uno atiende a esas frases y acaba creyéndolas
llega a la conclusión de que nuestras tropas han perecido al resbalar con el
jabón perfumado en la ducha. Porque claro, en esas “misiones de paz” a las que
el infame solemne envía a los nuestros, a diferencia de lo que hizo el
“asesino” de Aznar en circunstancias calcadas, lo lógico es que no se corra
ningún riesgo y se les vayan entregando flores por donde pasen.
Y como prueba
evidente de que el agua jabonosa de la ducha resbala lo suyo, lo que convierte
en meros accidentados de segunda clase a nuestros soldados asesinados en el
Líbano —que a los socialistas en el poder sólo les ha faltado mentirnos de
nuevo y asegurarnos que nuestros hombres han muerto de alergia a no se sabe
qué—, este tipo sin corazón y sin honor que ahora manda ha dispuesto para ellos
una medalla amarilla, más propia de quienes padecen los efectos de una ebriedad
cuartelera que afecte al hígado que de los que salen despedidos varios metros
del interior de su blindado, cuyo morro ha desaparecido debido a la fuerte
explosión.
Cualquier decisión con tal de
no acreditar documentalmente, en este caso mediante el símbolo del distintivo
rojo-sangre, que nuestros militares se encuentran en zona de guerra y hostigados,
además, por el peor de los enemigos posibles: el atroz terrorismo financiado
por el régimen tiránico de Siria, estado delincuente al que no hace mucho ZP
envió a los Reyes en visita oficial y del que espera se sume a ese proyecto
inmundo que algunos definen como “Alianza de Civilizaciones” y que otros, con
menos anteojeras y mayor conocimiento de lo que el submundo islámico encierra,
han catalogado ya como la entrega de Europa al despótico Islam, mezcolanza
social-sarracena más conocida como Eurabia.
Artículo
revisado, insertado el 28 de junio de 2007 en Batiburrillo de Red Liberal
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