martes, 13 de octubre de 2015

T-4, el símbolo de cierta escala de “valores”, segunda parte de "Es cuestión de sumergir el Proceso" (445)

¿Qué motivó que la banda de criminales de ETA perpetrara un atentado tan tremendo en Barajas? Solamente los propios canallas etarras podrían dar la respuesta precisa. Y dentro de esa respuesta, yo no descartaría lo que podría considerarse el último aviso a un ZP pasado de listo y poco dispuesto a cumplir lo pactado.  

Según van pasando los días del atentado en la T-4 de Barajas y nos llegan nuevas imágenes del enorme estrago ocasionado —catalogado ya por algunos en el exterior como nuestra “Zona Cero”—, se acrecienta el horror por  el descomunal estado ruinoso del edificio, a la par que se le hiela a uno la sangre sólo de pensar qué hubiera podido ocurrir de no haber sido desalojado a tiempo. No, no quiero ni suponer la hipótesis de que los perturbados y sanguinarios terroristas hubiesen decidido no avisar, circunstancia que podría llegar a darse a la desesperada, en cualquier momento, como consecuencia de hallarnos ante una banda de alimañas cuyos sicarios carecen de toda consideración frente a la vida.

Las ruinas de la T-4, que dicho sea de paso nadie podrá dejar de asociarlas en el futuro a la nefasta gestión de Zapatero en un asunto tan serio como es el terrorismo, alegorizan de algún modo el derrumbe de una patria —y de sus valores éticos— cuyo máximo dirigente político prefiere desconocer. No me extraña, pues, que el mismo individuo que no dudó en ir a Barajas a inaugurar una obra prácticamente concluida por el anterior gobierno del PP, se haya resistido hasta hoy mismo a que le retratasen con el ruinoso panorama de fondo. Es preciso apuntar, respecto a las reacciones de Zapatero ante la tragedia, que nos las habemos frente un apático reincidente, ya que se comportó del mismo modo en el incendio de Guadalajara, donde al final llegó tarde y casi de madrugada al objeto de evitar la presencia de los afectados. Claro que el año anterior aún lo había hecho peor: ni se molestó en bajarse del yate en Menorca para acudir a Andalucía, donde dos de sus provincias se habían calcinado.



¿De dónde viene una forma de gobernar tan despreciable? Hagamos un poco de historia: “España no la va a conocer ni la madre que la parió”, fue una frase pronunciada en su día por Alfonso Guerra. Con ella pretendía aludir a lo mucho y bueno que le depararía el futuro a nuestra patria tras un período de gobierno socialista. Pero no resultó ser así, a pesar de los trece años y medio en el poder y de contar inicialmente con la ilusión de la inmensa mayoría de los españoles: un enorme manto de corrupción, inmoralidad y crimen de Estado cayó sobre esa España que se había vaticinado como irreconocible en lo bueno. Al contrario, se malversó toda la ilusión y se aportó como resultado más destacable un paro galopante para millones de personas y unos gobiernos autonómicos sumamente decepcionados o dejados al albur de unos nacionalistas que, sin freno alguno del poder del Estado y sin referente moral, iniciaban ya el despegue hacia el totalitarismo que ahora practican.

Acaso se dijeron los nacionalistas que si eran válidas la guerra sucia y las corruptelas del gobierno del Estado, muchas de cuyas fechorías iban quedando impunes, lo lógico es que valiesen para todos, es decir, también para ellos. Concluyó así, en pleno descrédito del gobierno de la Nación, cualquier atisbo de lealtad más o menos disimulada hacia España. Fue un nuevo 98 de carácter interno, sin pérdida de colonias pero sí del espíritu que una patria precisa para sentirse orgullosa de sí misma. A partir de ahí, como consecuencia de las dos últimas legislaturas en minoría socialista, que supusieron el apoyo catalán y vasco, prestado gustoso a cambio de..., se abrió el melón del separatismo y la Constitución española comenzó a recibir cargas de profundidad en, al menos, tres comunidades autónomas.

A continuación llegó la bonanza económica del PP, y con ella su incapacidad manifiesta para recuperar el sentido del Estado, lo que podía haber logrado con suma facilidad mediante el rescate y blindaje de la separación de poderes. Pero no fue así, sino que le siguió un largo período de agitación socialista, en el que se magnificó cualquier circunstancia o accidente que sirviese para convulsionar al gobierno de Aznar. Finalmente llegó el 11-M, que acabó por devolver el poder a los socialistas y a decidirles a emprender, respecto a la banda de asesinos etarras, justo la política contraria de sus antecesores en el gobierno.

Había que probar algo nuevo, quizá el trapicheo disfrazado de acuerdo. Lo que fue GAL en tiempos de Felipe o lo que se caracterizó por el cumplimiento estricto de la Ley en la era Aznar, pasó a ser un primoroso desistimiento político y moral a lo largo de todo el mandato de Zapatero. La connivencia con los asesinos, probablemente anterior a las elecciones de 2004, las conspiraciones a dos o tres bandas —Carod incluido—, el mercadeo de cesiones por parte del Estado, el mirar hacia otro lado para que un partido ilegalizado pudiese presentarse a las elecciones, y tantas y tantas bajezas de quienes debían velar por la seguridad de todos, no son más que los antecedentes del tremendo atentado de Barajas. Algo que estoy convencido que se ha producido porque incluso los criminales de la ETA se han sentido engañados.

Un atentado que debería poner punto final a la actitud complaciente de Zapatero con el submundo del terror, pero esa actitud no parece desprenderse de las palabras pronunciadas hoy mismo, a pie de masacre. Si bien es cierto que en esta ocasión no ha llamado “hombres de paz” a los pistoleros, lo cual sería el colmo de la idiocia. Un atentado, el de Barajas, que debería haberle dejado claro, definitivamente, la imposibilidad de pactar con los que usan una escala de valores tan alejada de la democracia y del respeto a la vida. No sé si Zapatero, a la postre, volverá a asumir la responsabilidad de cualquier gobernante digno y decidirá aplicarles todo el peso de la Ley a los que no son más que sabandijas. No lo sé.

Lo que sí sé es que mientras persista en la misma actitud que ahora, es decir, usando paños calientes y falsedades como política gubernamental frente al terrorismo, no podré sustraerme a la idea de que él, ZP, posee una escala de valores no demasiado alejada de los tipos de la Parabellum y el coche bomba. Una escala de valores en estado ruinoso, por mucho que en sus palabras, siempre de contenido hueco y sin explicar jamás cómo piensa acometer la tarea, aparezcan frases semejantes a esta: "la energía y la determinación que tengo para ver el fin de la violencia y alcanzar la paz es hoy, aún si cabe, mucho mayor". Lo que me recuerda sus muchas promesas electorales que se han llevado el viento, comenzando por: “Aquí habrá toda el agua que haga falta”.

La regeneración de España es más imprescindible que nunca. Hay quien habla ya de una nueva “Reconquista”, en este caso de la honradez. Y también hay quien no omite la obligación ineludible de un segundo período constituyente. Sea como sea, recuperar la decencia de la Nación española se ha convertido en una necesidad angustiosa, en la fuerza que muchos necesitamos para arrojar del poder a los déspotas. Pásalo e inclúyelo en el espíritu de tu siguiente voto.

Artículo revisado, insertado el 4 de enero de 2007 en Batiburrillo de Red Liberal

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