Este es el llamativo
titular de una noticia que hoy aparece en La
Vanguardia de Barcelona: “Los nacionalistas pedirán al Parlamento Europeo
el reconocimiento de las naciones sin estado”. Del cuerpo de la noticia puede
extraerse la siguiente conclusión: A partir de ese reconocimiento que los
nacionalistas exigen, si es que llega a producirse, deberán establecerse unos
derechos para las citadas “naciones”. Y entre ellos, el derecho a la
autodeterminación, algo que no se ha producido, según los partidos
nacionalistas proponentes, por falta de democracia en los estados que acogen a
esas “naciones”.
En efecto, la
clave de este asunto es la democracia, o mejor dicho, la falta de ella. No sé
cómo será en otros países, pero lo cierto es que hay dos regiones, Cataluña y
el País Vasco —más otras cuantas en camino—, que destacan sobremanera si se trata de
hablar de falta de democracia. Ambas regiones, sedicentes naciones históricas,
viven sometidas desde hace más de 30 años bajo sendas dictaduras nacionalistas. Sí, se
vota, pero cómo se vota. Para que exista una verdadera democracia debe dársele
al ciudadano algo más que la opción de introducir una papeleta en la urna cada
cuatro años. Es preciso que en ese territorio haya un clima de verdadera
libertad y que al individuo no se le adoctrine ni se le arbitre su existencia desde
la cuna a la sepultura, como vienen haciendo en esos regímenes nacionalistas
que ahora, con el mayor de los descaros, piden derechos para unas supuestas
naciones que ellos han creado a partir de unos gramos de verdad y muchos kilos
de falsedades.
La postura de
esta tropa nazi es comprensible, ellos van a lo suyo con la máxima constancia y
creen poder lograr algún día la ansiada independencia. Ahora bien, si exigir
derechos en un determinado sentido político es admisible, que para eso debe
valer la libertad y nunca el adoctrinamiento, también debería ser admisible
exigir lo contrario de lo que esta gente pretende. De ahí que el día menos
pensado pueda surgir algún movimiento ciudadano que acabe en partido político y
que en su programa incluya la desaparición de las comunidades autónomas. No, no
se trata de centralizar de nuevo la administración del Estado, que no se asuste
nadie, simplemente se trataría de restarles capacidad adoctrinante a unos
gobiernos regionales en manos de ciertos partidos que han pagado con la máxima
deslealtad a la patria común el gran esfuerzo de la Transición.
La
descentralización del futuro, visto el nefasto resultado de estas comunidades
autónomas dispuestas en cualquier momento a exigir más y más, podría ser a
favor de las provincias y los municipios. Se trataría de concederles algunas
competencias a las administraciones locales y provinciales, para que sus
ciudadanos no tuviesen, como sucede ahora, la sensación de haber cambiado
Madrid por Barcelona o Vitoria. Y dentro de esas competencias, que serían
retiradas a unos gobiernos autonómicos declarados a extinguir, en ningún caso
la educación, la justicia, los cuerpos de seguridad o la titularidad de los
medios públicos de información, que maldita la falta que hacen. ¿Algo así
representa un paso atrás? No, en mi opinión. Más bien todo lo contrario, puesto
que al cabo de una o dos generaciones se habría normalizado —esta vez sí— la
convivencia entre los españoles, tan deteriorada en la actualidad como
consecuencia de unos partidos nacionalistas sin escrúpulos y de un gobierno
socialista incapaz de imponer la ley, como hemos visto, por ejemplo, en el tema
de las banderas en el País Vasco, donde se conculca la ley desde hace más de 20
años y de nada vale que el Supremo se pronuncie.
De modo que, si
se trata de pedirle al Parlamento Europeo, pidámosle todos y en cualquier
sentido. Desde luego, lo que no parece que apunte a un gran futuro es la
continuidad de esta situación que tiene cogida con alfileres la relación entre unas
regiones españolas que jamás han sido compartimentos estancos: Quien no haya
vivido en varias de esas regiones, como es mi caso, o posea familia en diversos
puntos de España, como sucede tan a menudo, que tire la primera piedra. A quien
pueda dudarlo, le recuerdo que nuestra nación es una mezcla continua de norte a
sur y de este a oeste. A veces el flujo vino a producirse de norte a sur,
cuando los reinos y condados del medioevo fueron colonizando las taifas árabes.
A veces fueron los jornaleros del sur, en busca de trabajo, lo que reforzaron a
unas poblaciones norteñas que habían enviado previamente a sus mejores hombres
a otras tierras de España. Es la Historia de nuestra patria, amigos, basta
leerla para comprender que todas esas “naciones” de diseño poseen una madre
común: España.
Artículo
revisado, insertado el 6 de agosto de 2007 en Batiburrillo de Red Liberal
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