viernes, 30 de octubre de 2015

Denuncia de la apatía ante los sediciosos (471)

El candidato de UPyD a la Presidencia del Gobierno, Andrés Herzog (que hasta la reciente disolución de las Cortes ha contado con grupo propio en el Congreso), durante la rueda de prensa (28-10-2015) que ha ofrecido para anunciar las acciones judiciales contra la propuesta de resolución presentada en el Parlamento catalán por los grupos Junts pel Si y la CUP. Se trata de una querella criminal contra la presidenta del Parlament, Carmen Forcadell, y otros cuatro diputados de CDC, ERC y la CUP por la posible comisión de un delito de conspiración para cometer sedición y pide para todos ellos prisión provisional incondicional.

No todas las sediciones se originaron con su correspondiente asalto a la Bastilla, ni siquiera la francesa, primero debieron darse otras circunstancias menores que fuesen propiciando la atmósfera adecuada para emprender el episodio revolucionario. Con su lamentable desidia, ZP ha consentido que en España se hayan ido consolidando, puesto que comenzaron hace muchos años, dos focos de sedición a cual más preocupante: Cataluña y el País Vasco. Comunidades a las que probablemente habría que sumarles otros territorios que comienzan ya a dar muestras de emprender el curso sedicioso.

Sí, sé que la palabra “sedición” suena muy fuerte y que además tiende a interpretarse como una insurrección armada o cuartelera. Pero la sedición no siempre es militar, ya que el término se limita a definir al acto de declararse en contra de la autoridad legal establecida e iniciar la rebeldía contra ella. Y esa rebelión es perfectamente posible acometerla desde estamentos civiles, que sería el caso de las instituciones vascas y catalanas al negarse a acatar ciertas reglas comunes, como la ley de banderas, lo que constituye al mismo tiempo un grave desacato hacia el Poder judicial, que recientemente se ha pronunciado al efecto.


La sedición se da con claridad, por ejemplo, cuando en determinados actos municipales o corporativos, como ha sucedido esta misma semana durante la izada de banderas en el ayuntamiento de Lizarza, se permiten amenazas de muerte de los terroristas hacia los concejales demócratas que sí se someten a la ley. Quien controla en el territorio vasco a la policía autonómica, a su vez incurre en sedición por omisión al no aplicar la normativa en vigor y consentir la impunidad a esos filoetarras que han proferido tan serias amenazas, los cuales no dejan de ser, aun cuando el gobierno de ZP ha preferido no ilegalizarlos a todos —él sabrá por qué—, componentes de una organización armada dedicada al crimen en todas sus variantes. Una organización armada, digámoslo de una vez, cuya asfixiante presencia —en la actualidad de rienda suelta gracias a la nefasta labor del gobierno socialista—, es la causa de que en el País Vasco no haya llegado a arraigar la democracia plena. Lo mismo que sucede en Cataluña.

La sedición se da, asimismo, cuando una federación territorial deportiva hace caso omiso a la autoridad establecida por ley, en este caso la RFEF y la Ley Orgánica del Deporte, y decide celebrar un encuentro de fútbol de carácter internacional y en contra del criterio de un estamento superior al que debe permanecer subordinado. Y se comportan sediciosamente, no hay ninguna duda de ello, no sólo el presidente de los futboleros catalanes —un mandado al fin y al cabo—, sino esencialmente los cargos públicos que apoyan la celebración de ese encuentro deportivo y además influyen con sus manifestaciones para que se celebre. Tal es el caso de Montilla, Saura, Pruna y Herrera, entre otros mandatarios de las instituciones catalanas. Todo un ejemplo, desde el “president” Montilla (suena a chiste) para abajo, de deslealtad institucional y jugueteo sedicioso, que aprovechando la indolencia zapaterina rivalizan a ver quién llega más lejos a la hora de aparentar mayor nacionalismo. Y no porque lo sientan así, caso de Montilla y otros, sino porque están convencidos que de ese modo no perderán el poder. 

Se dirá que el tema de las banderas es peccata minuta, y que ya que estamos en una democracia y hay libertad para mostrarse como uno crea conveniente, pues se iza la bandera según interese o apetezca conforme a la condición de simpatizante o no con lo español. Puede incluso llegar a decirse que esto del fútbol es una patochada y que no puede hacerle daño a nadie porque se juegue o deje de jugarse un partido. Para algunos, la ley apenas cuenta en ambos casos, ya que resulta molesta y bastante anticuada a ciertos poderes regionales. Y ya se sabe, el ciudadano marcha a menudo por delante de la norma. En efecto, todo esto y mucho más forma parte del argumento que podría llegar a exponerse, y de hecho así se hace sin tregua alguna en los medios de comunicación controlados por los sediciosos. Unos argumentos que a menudo concluyen tildando de intolerantes, cuando no de fascistas, a los que simplemente aspiran a que se cumpla la ley.

Lo que sucede es que la bandera rechazada suele ser la española, es decir, el símbolo más preciado para cualquier nación que se resista a ser humillada a diario. Sería bueno recordar, al respecto, que siempre “hay un límite más allá del cual la tolerancia deja de ser una virtud” y se convierte en complicidad interesada con los sediciosos o en cobardía. Por otra parte, sobre la rebeldía de algunas instituciones catalanas en el asunto del fútbol, no hay más que recordarles a los que miran para otro lado y se abstienen de cumplir con su deber que “toda pasividad ante el incumplimiento de la ley llega a ser, a la larga, un derecho adquirido por el infractor”. Y en el fondo es lo que buscan los sediciosos: adquirir derechos que no les corresponden ni se les ha reconocido en ley alguna.

Nos encontramos, pues, ante unos delincuentes potenciales que han iniciado su trayectoria sediciosa con actos de tanteo, una actitud desleal iniciada incluso antes de las primeras elecciones generales, siempre en espera de comprobar cuál es la respuesta del poder ejecutivo de la nación española para dar o no el siguiente paso o aplazarlo para mejor ocasión, nunca para renunciar a él. Desde la llegada de Zapatero a la presidencia del Gobierno, esa respuesta ha sido a menudo el desistimiento más descarado o directamente la complicidad, que sería el caso del nuevo y liberticida estatuto de Cataluña. Como mucho se pronuncian frases de cara a la galería, hacia el votante adicto o el ingenuo, así ha sucedido en el conflicto del fútbol y las manifestaciones de la incapaz De la Vega en su comparecencia tras el Consejo de Ministros de ayer, frases que posteriormente suelen quedar en nada y que en absoluto suponen la apertura de un expediente sancionador o el envío de diligencias a los tribunales.

En la actualidad, y viene siendo así desde hace años, la nación española está sometida al albur de cuanto caprichoso separatista le presiona al gobierno de turno, un gobierno supuestamente necesitado de apoyos parlamentarios porque es incapaz de una gran coalición, tal es el odio y la rivalidad que se ha venido fomentando entre las dos formaciones políticas dominantes. De hecho, en la era ZP, la peor etapa con mucha diferencia a la hora de la desidia frente a los nacionalistas, no hemos llegado más lejos en la disgregación de la patria común precisamente a causa de la “moderación” de éstos, que cobardemente, creyéndose en el buen camino y sin vuelta atrás, no se atreven a dar el paso definitivo hasta que adviertan el objetivo ablandado lo suficiente, por no decir podrido.

Hay incluso quien se toma el asunto a cachondeo y comenta que los vascos y los catalanes —pronto los gallegos, los canarios y algunos más— no se irán jamás y tendremos que echarlos. Pero lo malo no es eso, me refiero al absurdo supuesto de echarlos de España, sino el peligro extremo de que, entretanto, el resto de las regiones españolas se conviertan en un pudridero lleno de resquemor, porque cuando en esos otros territorios advierten por comparación el mal trato al que se les está sometiendo, pensemos simplemente en el problema del agua o las infraestructuras, lo más lógico es que aspiren a los mismos privilegios que la “naciones” de diseño. Y claro, no hay para todos.

La nación española debe hacerse respetar de un modo firme ante los sediciosos, esta es una idea que tarde o temprano, con independencia de la ideología política que se profese, deberá calar en la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos. La alternativa a una nación fuerte que no tolere la desavenencia y los privilegios territoriales es de sobras conocida: la balcanización, una circunstancia que quizá se haya iniciado ya a pesar de que más de un simpatizante de ZP afirme con sorna que: “¡Ves, España no se rompe!”. Claro está que ese simpatizante suele ser incapaz de advertir que la ruptura no supone necesariamente cavar zanjas en las fronteras autonómicas, basta con la desigualdad ante la Ley o la conculcación impune de la misma. Sin hacer mención a las fronteras idiomáticas que se erigen a buen ritmo.

Sólo el respeto por uno mismo logra el respeto de los demás. Si este Gobierno socialista de ahora se muestra incapaz de infundir respeto a los que opinan que la Ley no va con ellos, ¿qué esperamos para declararlo abiertamente incompetente y cambiarlo en las siguientes elecciones generales mediante un voto masivo de castigo?

Artículo revisado, insertado el 8 de septiembre de 2007 en Batiburrillo de Red Liberal
                                                     
PD (30-10-2015): Aunque parezca inmodestia, hace ocho años que ya vi claro y así lo escribí que nos estábamos adentrando en el camino de la sedición. Desde entonces, los separatistas catalanes ha dado varias vueltas de tuerca a la sedición y han anunciado para los próximos días que iniciarán el camino de la independencia hacia la República catalana, lo cual es adentrarse en la siguiente fase: la Rebelión. Espero que sobre esa gente caiga todo el peso de la Ley y la mayoría de ellos, o al menos sus cabecillas, acaben en prisión. Eso sí, el resto inhabilitado a perpetuidad para el ejercicio de cargo público.

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