jueves, 15 de octubre de 2015

La regeneración de España (449)

Rajoy posee numerosas cualidades, sin duda alguna, pero la mayor parte de ellas están relacionadas con el arte de dar largas a los asuntos de Estado, como por ejemplo una intervención decisiva para aplacar los ánimos de esos catalanes separatistas a los que les falta el canto de un duro para echarse al monte.

España cuenta en estos momentos con adversarios muy potentes y decididos. Unos, los socialistas, por primar en ellos el concepto del poder frente al de la patria, en la que no creen, de ahí que haya que considerarlos adversarios de España aun cuando algunos opinen de buena fe que aspiran a renovarla; otros, los separatistas —el nacionalismo no es más que un subterfugio del separatismo—, han logrado ser en sus respectivos territorios la ideología hegemónica, casi única, y además han conseguido apropiarse de todos los resortes que conllevan algún tipo de influencia entre los ciudadanos, a los que les imponen las más descaradas arbitrariedades y encima se las venden, o pretenden vendérselas, como el no va más del progresismo liberalizador. Tales serían los casos del nuevo Estatuto catalán o de ese farsante “Plan de Paz” que los nacionalistas vascos le secundan con entusiasmo a Zapatero.


Ni unos ni otros —socialistas y separatistas— han conseguido llegar a tales situaciones de supremacía en el poder como consecuencia de proceder democrática y lealmente. Todo lo contrario, en ellos ha prevalecido siempre la idea de un fin concreto que justificaba cualquier medio para lograrlo: sea hurtando la democracia en el País Vasco, donde aún no la han conocido a causa de ese PNV que asaltó el poder y la secuestró de inmediato; sea castigando idiomáticamente a más de la mitad de la población catalana, a la que los gobiernos de CiU y ahora del Tripartito margina; sea entregándose a la desidia interesada en amplias zonas de España que se dejan en manos de esos totalitarios citados, como hace Zapatero. De modo que la connivencia entre formaciones políticas ajenas a los valores democráticos, junto a la debilidad que ha mostrado la derecha en toda la Transición, determinan que España cuente en la actualidad con enemigos poderosísimos a los que no será nada fácil desalojar aun cuando no les asiste ni la razón ni la honestidad política.

Es más, esas formaciones despóticas no han llegado de la noche a la mañana adonde ahora se encuentran. Ha sido todo un proceso de más de 30 años. Primero fingieron aceptar la Constitución como consecuencia de un referéndum previo que Suárez convocó astutamente y que ganó por amplia mayoría, cuando en realidad lo que les hubiera gustado a los socialistas, comunistas y nacionalistas es la ruptura política y la vuelta a una etapa similar a la republicana, en la que no hubo el menor consenso constitucional y la izquierda impuso la Ley básica. Ya en el año 1975, a la muerte de Franco, la República era considerada obra de la izquierda y por lo tanto, tras el franquismo, debía volverse a algo similar.

No se produjo una primera intentona a partir de 1982, cuando ganaron por primera vez los socialistas, porque Felipe González, con todos sus defectos, tenía cierto sentido de Estado y además era demasiado buen vividor como para embarcarse en aventuras seudo-revolucionarias, de ahí que se limitase a permitir que los suyos saquearan España mientras él sacaba pecho por el mundo o se dedicaba a jugar al billar en la “Bodeguilla”.

Por otra parte, el Ejército de los años 80 y buena parte de los 90 no era el mismo de ahora, sino que se mostraba mucho más dispuesto a intervenir ante veleidades rupturistas o separatistas. Lo mismo podría decirse de la Corona, más en su papel moderador y aconsejándole al presidente del Gobierno lo que ahora se limita a transmitirle en los mensajes navideños.

Pero ahora es distinto, porque consiguió llegar al poder un indigente moral que carece del sentido de Estado y ha retomado la idea original del modelo de la II República. También es distinto porque los separatistas se ven a sí mismos muy fortalecidos y atrincherados a conciencia en sus comunidades. E igualmente porque las instituciones que deben salvaguardar la democracia y la unidad de España —Corona, Ejército, Poder judicial— o bien se encuentran arrinconadas, o bien mediatizadas o no disponen de capacidad alguna para enfrentarse a los hechos consumados de una caterva de partidos políticos a cual más desleal con la Nación española.

¿Qué significa algo así? Muy simple, que la balcanización de España no ha hecho más que empezar y que, de renovarse en el 2008 la actual estructura de poder, pronto veremos los siguientes movimientos disgregadores o totalitarios. Irán lentos, como lento ha sido todo el proceso, pero estoy convencido de que jamás atenuarán esa ansia desaforada de crear sus propios estados —Països Catalans y Euskal Herria— ni disminuirá esa codicia extrema, en el caso socialista, de mantener la titularidad del B.O.E.

Ante semejante gota a gota de suero absolutista, la España real y multicentenaria ha ido palideciendo y retirándose a sus cuarteles de invierno, pero ello no significa que no abunden los españoles capaces de ver lo serio de la situación. Muchos somos conscientes —creo que cada día más— de que las valiosísimas tradiciones españolas, la religión, su cultura e historia se han venido pervirtiendo o ignorando hasta extremos que llegan al delirio y obligan a prescindir de personajes relevantes (como los Reyes Católicos o el emperador Carlos I) con los que cualquier estado moderno desearía haber contado entre sus monarcas. Y una situación así, tan degradada y en no pocos casos delictiva, es imposible cambiarla mediante “cirugía de hierro” o algo similar, pues entiendo que se crearía una inestabilidad de tal magnitud, que no sería de extrañar si nos situáramos directamente ante la sublevación de los totalitarios, lo que podría determinar no sólo la fractura real de la nación española (no de facto, como ahora sucede), sino una guerra civil de trágicas consecuencias y resultados desastrosos ganase quien ganase. Recordemos que Maragall habló de sufrimiento y violencia si no se atendían las reivindicaciones catalanas, e incluso alguno de sus consejeros llegó a citar la guerra civil.

Lo suyo, visto el gran riesgo de confrontación, sería cambiar un gotero por otro. Lo adecuado es invertir el proceso y que la derecha española, liderada por Rajoy (1), acceda al poder con la intención inicial de frenar este “sálvese quien pueda” que el necio de Zapatero ha consentido. Se trata de ir reforzando poco a poco las instituciones del Estado. De darle a la Justicia aquello que debe poseer, como es la independencia. De activar y potenciar la Alta Inspección del Estado en materia educativa, para que obligue a cumplir la normativa en las comunidades de gobiernos sediciosos. Lo adecuado, a la par, es ir enviando al Parlamento proyectos de ley liberalizadores de esas normas que el socialismo y sus asociados han impuesto arbitrariamente, conculcando en más de un caso la Constitución. Lo normal es que esa derecha anule leyes sectarias como la “Memoria Histórica”, la “Educación para la Ciudadanía” y otras. Lo conveniente es ir desasnándonos de un modo gradual, a poder ser mediante una educación más acorde (en lugar de algo semejante a la LOGSE), unos medios informativos menos dependientes de los diversos gobiernos y una cultura escénica no sujeta a los dictados de los titiriteros.

Es tanto lo que hay que hacer para recuperar la racionalidad perdida en 30 años, que no es posible acometerlo todo de golpe sin que estalle la violencia de los ahora beneficiados por el poder despótico. Me temo, pues, que deberemos conformarnos con que sólo a partir de nuestros hijos pueda comenzar a verse una España normalizada. Y si fracasamos ahora en el intento regenerador, que sean precisamente nuestros hijos los que tomen el relevo para que sus descendientes alcancen al fin la España justa y unida que algunos soñamos. Y para ello, para la recuperación de la España de siempre, es preciso hacer acopio de una tenacidad suficiente que vaya destinada a inculcarles a los ciudadanos, mejor dicho, a que recobren, el espíritu de españolidad que tanto miserable les ha arrebatado en estos años o les ha impedido adquirir. Porque España, que quede claro, es esencialmente libertad y justicia para todos, no banderías.

Se reivindica aquí la España originada en 1812, la liberal, la que unos años antes se alzó como un solo hombre en todo el territorio nacional para enfrentarse al déspota francés. Sí, es preciso ser firme como una torre ante todo tipo de despotismo, ahora lamentablemente en el interior de nuestra patria. Es preciso imbuirles a nuestros hijos, para que conserven la llama sagrada y la transmitan, que hubo un tiempo en el que algunos españoles considerábamos a España como nuestra amada patria.

Artículo revisado, insertado el 25 de enero de 2007 en Batiburrillo de Red Liberal


PD (15-10-2015) La situación ha ido cambiando pero a peor, a mucho peor. A partir de la redacción del artículo (en enero de 2007), ZP aún gobernó lo que le quedaba de legislatura y luego otra casi completa, y añadió el desastre económico a la ruina ética y moral en la que se revolcaba.

(1) Hay un párrafo en el artículo donde se cita a Rajoy como líder de una regeneración necesaria. No ha sido posible, en casi cuatro años Rajoy no ha dado la talla salvo en la cuestión económica y poco más. Cataluña se le ha ido completamente de las manos y ahora el PP se ve envuelto en mil asuntos internos, todos negativos. Me extrañaría muchísimo que Rajoy volviera a presidir el Gobierno.   

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