Torre Puig, magnífico edificio de Moneo, sede central de Puig en Hospitalet de Llobregat |
Puesto que los nacionalistas del diario electrónico “e-noticies”
han pirateado y reproducido parte del contenido de un libro titulado “Adeu
Espanya”, he decidido pagarles con su propia moneda y les he copiado parte un
artículo. Y además me he permitido el lujo de traducirlo al español para que
los lectores de Batiburrillo no tengan ninguna dificultar en apreciar el
pensamiento de un catalán auténtico:
Mariano Puig, presidente del consejo de administración de la
Corporación Puig de perfumes, se ha quejado en una entrevista en el libro de
Genís Sinca “Adéu Espanya” (Adiós España) y dice que “esto de las políticas de etiquetaje en catalán me molesta, me entorpece
y me desagrada. Para mí sólo hay una política: que es desde el punto de vista
económico”. Puig argumenta que “en
este momento, un producto nuestro con etiquetas en catalán, qué salida tendría
en Extremadura. Ninguna”. Y añade, “yo
hago etiquetas en castellano, que lo hablan 400 millones de personas, y en
inglés, que lo hablan 600 millones”. Puig piensa que la obligatoriedad de
la norma es un error e incluso que “esta
imposición de ahora con el catalán es como la imposición que en otra época
había para no hablarlo”, y amenaza con “yo protestaré hasta el último momento” porque “con seis millones de habitantes no alimentamos a los 6.500 empleados
que trabajan en el Grupo”.
¿Qué conclusiones pueden extraerse de las palabras del señor Puig?
Innumerables, citaré sólo dos o tres de ellas. Quizá la principal es que el
idioma catalán representa el banderín de enganche que el nacionalismo enarbola
y agita para que los adoctrinados se reúnan a su alrededor. Les importa bien
poco si el territorio se amuralla y las industrias importantes se vuelven
odiosas a los “extranjeros”. Todo sea por Numancia. Todo sea por crear esa
nueva patria en la que los súbditos del Tripartito —y antes y después otros
radicales de la misma calaña— ejerzan de almogávares y “boixos nois” contra los
disidentes de su propio territorio, mostrando agresividad, por ejemplo, hacia
los profesores universitarios que tienen la osadía de usar el idioma del
enemigo. Fijemos primero la posición, cercándola con barreras idiomáticas, que
ya llegará la hora de expandirnos hacia “Els Països Catalans” y hacia esa
Mega Región europea que Maragall diseñó cuando su estancia desintoxicadora en
Roma.
Otra conclusión nos lleva a considerar que Mariano Puig representa
al catalán auténtico, al pragmático, al que posee un sentido común a prueba de
bombas y de fanatismo. Porque el catalán es, ante todo y por lo que he podido
vivir durante más de cuarenta años, un hombre con iniciativa, con talento comercial y
creador de riqueza. También laborioso, cumplidor y eficaz. Mamó ese talante
hace muchos siglos como consecuencia de encontrarse en una región de paso y con
escasas fuentes de materias primas, igual que Génova o Venecia, lo mismo que
Rótterdam o los creadores de la Hansa.
A las magníficas cualidades del catalán auténtico le secundan su
espíritu independiente, su deseo de fabricar buenos productos y su necesidad de
poseer un mercado donde situarlos. Ahora el nacionalismo le coarta esas
virtudes a todos los Puig de la Cataluña próspera y admirable, aún más si se
trata de un nacionalismo de izquierdas, reglamentista y burocrático. Por eso
Puig habla así, por eso Puig nos ofrece la impresión de que omite mucho más de
lo que habla.
Estoy convencido de que Puig no efectúa los comentarios pensando
en sí mismo o en incrementar una fortuna personal poco menos que inagotable,
creo que cita como primer motivo de preocupación a las 6.500 familias que de él
dependen. Porque esa es otra de las características del catalán auténtico, la
dedicación a su empresa y a los trabajadores que la componen, a los que como
buen catalán adopta de por vida y luego se preocupa de cada uno de ellos. Unos
trabajadores acerca de los que no desconoce que la mitad o más han nacido fuera
de Cataluña o bien que sus familias son de origen foráneo. Lo que representa,
acaso en opinión de quien dirige el gran imperio perfumista catalán, una preocupación
añadida: Evitar que muchos de sus empleados decidan marcharse a territorios
normalizados donde no se asfixie ideológicamente.
Y es que Puig sabe de sobras que
cuando la democracia decae, los ciudadanos votan con los pies. Y España,
afortunadamente, no es ya un país con dos o tres regiones prósperas y el resto
en la miseria. Y eso eso será así siempre que el social-nacionalismo no siga
demasiado tiempo en el poder, por supuesto. ¿Cómo no va a protestar Mariano
Puig hasta el final? Si ve con claridad que el separatismo lleva camino de
destruir la obra de varias generaciones de buenos catalanes.
PD: Este año beberé cava Freixenet y si se da el caso regalaré
productos Puig. Son artículos elaborados por catalanes auténticos que no
merecen ser víctimas del nacionalismo catalán. Una ideología radical que, ante
todo, odia a Cataluña.
Artículo revisado, insertado inicialmente el 22 de diciembre de 2004 en Batiburrillo de Red Liberal
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