Estoy convencido de que el dibujo representa el marco adecuado para un mitin nacionalista. ¿Razón? No hay más que ver dónde va a sentarse el orador principal. |
El nacionalismo,
por vociferante y pendenciero, aparenta siempre ser más de lo que es. El
separatismo, por encubrir a menudo hechos criminales y conculcaciones de la Ley,
nos ofrece la falsa impresión de que su causa puede llegar a ser justa si
tomamos como cierta la dedicación “generosa” de sus militantes. El terrorismo,
por inmoral y asesino, es la gran coartada de unos y otros para jugar al falso papel
de demócratas. Nacionalismo, separatismo y terrorismo suponen la quintaesencia del
mayor embrutecimiento humano posible. Por más que traten de ofrecernos una
presentación vistosa apelando al inventado derecho a decidir, el nacional-separatismo
no pasará nunca de objeto putrefacto envuelto en papel de regalo, muy
especialmente cuando se solapa con actos de violencia o terror.
Los promotores
del nacionalismo son, con mucho, lo más aborrecible de esa ideología. A tales
personajes se debe cuanta falsa justificación, amparada en la supuesta libertad
de decisión de colectivos muy concretos y moldeados, se nos quiere vender como
algo decente. Me refiero a los promotores de primera o segunda fila, no al
pobre desgraciado que sigue las consignas sin pestañear y forma parte de los escamots
atolondrados y camorristas, tan necesarios para crear la atmósfera inestable y
reivindicativa que todo nacionalismo precisa.
Un teórico quizá
de segunda fila podría ser Maragall, a quien le hemos visto criticar recientemente
a Ibarreche —no sin falta de razón en este caso— por no ayudar a las
comunidades con menos renta. Eso sí, critica al lehendakari vasco mientras que
en su proyecto de nuevo Estatuto para Cataluña aspira a conseguir a medio plazo
un marco fiscal semejante al de las regiones con régimen foral, según reza en
la base novena, apartado 6 del mencionado proyecto. De modo que el buen promotor
nacionalista precisa, ante todo, ser un desvergonzado, un manipulador y un demagogo.
Maragall no deja de ser todo eso y mucho más, pero se le nota demasiado, de ahí
que no acceda al primer grado en ejercicio del promotor nacionalista y se quede
como un segundón marrullero e indecoroso.
Pujol, por
ejemplo, sí fue un primer espada del nacionalismo, no ya en su faceta teórica —en
la que no paso de insultar en un libro a los andaluces—, sino ejecutiva, hasta
el extremo de que hay mucha gente que aún cree que ayudó a la gobernabilidad
del Estado, cuando en realidad no hizo otra cosa que socavarlo con todos los
resortes y artimañas de ese poder autonómico que ostentó durante 23 años. Un
poder puesto al servicio de un infame sistema educativo y de un control férreo
de la Televisión, la radio y la prensa, tanto la pública como la muy
subvencionada y chantajeada en manos privadas. El promotor de primera fila es,
pues, el que vende la burra ciega a las multitudes sin que se advierta
demasiado su infame proceder o su felonía política basada usualmente en el odio
adquirido durante la juventud.
Un odio que
Pujol, cuando efectuó las milicias universitarias como oficial de complemento, intensificó
en extremo al sentirse despreciado por pequeño de talla, regordete y petimetre
cargado de tics. Para Pujol fueron tres largos veranos de campamentos en los
que tuvo que soportar las maldades de sus compañeros de promoción y la rigidez
de sus mandos. Tres años, en la década de los cincuenta, en los que el uso del
idioma catalán, coartada del ex honorable para todo en su vida, estaba
prohibido en los actos oficiales del Ejército y autorizado solamente en
conversaciones privadas. En resumidas cuentas, todo promotor del nacionalismo debe
poseer su buena dosis de resentimiento, además de la correspondiente desvergüenza
y demagogia. A lo que en el caso de Jordi Pujol hoy podría añadirse la condición
de delincuente confeso.
A propósito de
Jordi Pujol, un personaje al que aún falta por conocérsele muchas de sus
mezquindades, el gran Josep Pla nos cuenta lo siguiente en una de sus notas
autobiográficas: "En un momento
determinado, Josep Vergés, en uso de su perfecto derecho vendió Destino
—la revista para la que Pla escribió durante 36 años— a un milhombres, de gran ambición política, llamado Jordi Pujol, de la
Banca Catalana. Este señor, riquísimo, que primero propugnó en este país la
implantación del socialismo sueco y después ha demostrado tener una ambición
desmesurada y pública propia del típico político ignorante, prohibió la
publicación de un artículo mío sobre Portugal, que ha hecho la revolución más bestia
e ignorante de Europa en el siglo que vivimos".
Artículo
revisado, insertado inicialmente el 17 de enero de 2005, con el título de
"El teórico del nacionalismo", en Batiburrillo de Red Liberal
PD: Los tiempos
en que Jordi Pujol ejercía de promotor en jefe del nacional-separatismo catalán
parece que han pasado a la historia. Hace 2-3 años que en Cataluña el que manda
es Arturo Mas, pero no vale la pena opinar nada de semejante sujeto porque ha
ido radicalizando su postura y ya no es más que un cadáver político que
incomodará algo en sus últimos estertores.
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