El fanatismo inserta
en el ánimo de las personas una dependencia muy semejante a la droga, y no me
refiero a cualquier porrillo de esos que hoy se fuman en todas partes, sino a la
droga dura. Esa ligazón la podríamos definir mediante un simple axioma: Cuanto
más ingiero, más necesito. En el fondo, el síndrome del fanático es similar al
que siente un avariento que ansía aumentar su riqueza a toda costa, comenzando
por esos políticos hipócritas de Podemos —pongamos que hablo de Carmena— que prometieron
rebajarse el sueldo a poco más de un tercio de lo que
cobraban sus antecesores y si te he visto no me acuerdo.
Y encima, sobre el hecho de seguir forrándose, ponen cara de asco como si la pasta les produjera reflujo en el estómago —pongamos que
hablo de Carmena— y utilizan la desvergüenza para culpar a la oposición de que no puedan rebajárselo.
Un gobierno de
fanáticos, sea del signo que sea, intentará ir siempre un paso más allá en sus
radicalizados planes, los cuales en realidad son casi siempre improvisados. Los sectarios jamás se fijan un término, eso sí, cuando han logrado
convertir una medida extremada en algo habitual para el ciudadano, como podría
ser la ley de matrimonios entre homosexuales que se ultima en el Congreso (abril
2005) y que algún día se verá como algo corriente, de inmediato inculcan en la
sociedad la necesidad de ir más allá y de —por ejemplo— atentar contra la vida
(la que estorba y origina gastos, por supuesto), como parece ser el caso de la
eutanasia que quieren vendernos como algo beneficioso y cuya ley en proyecto no
parece contemplar ni de lejos el beneplácito del actor principal, el difunto in
pectore, entre otras razones porque no se le informará (sí a la
familia) de que tiene las horas contadas, una expresión de
toda la vida pero hecha a la medida del nefasto proyecto socialista.
Decía el
enciclopedista Denis Diderot que “del fanatismo a la barbarie sólo media un
paso”. Y parece que es en la barbarie, precisamente, donde con más
soltura se mueven ahora los fanáticos, muy especialmente esa banda de ideología
podrida y chavista, a fuer de comunista rancia, que manda un tipo con coleta.
No les interesan el orden, la laboriosidad y las ideas racionales, puesto que
con ellas se adquiere el vicio de pensar. El pueblo debe mantenerse al margen
del conocimiento, de ahí que lo primero que hicieron en su día otros fulanos de la izquierda radical, los socialistas
de ZP, fue paralizar la Ley Orgánica de Calidad en la Enseñanza (LOCE) y luego, faltaría más, sustituirla
por una LOGSE empeorada. Se trata de que la masa se mantenga inadvertidamente
alborotada para que las aguas se enturbien lo suficiente a fin de propiciar la
pesca de esos miles de incautos que nunca faltan —"¡Nos interesa que haya
tensión!", en palabras del radical Zapatero.
Un ejemplo de
manipulación del ciudadano es la manifestación convocada para el próximo día 19
de abril en Madrid (año 2005) y cuyo lema es la “defensa de la sanidad pública”.
No nos cuentan los convocantes, CC.OO y UGT, que sobre todo persiguen
desestabilizar al gobierno de Esperanza Aguirre. No, no lo dicen. Ni tampoco
que reclamen como principal objetivo "la asunción de responsabilidades por la
Consejería de Sanidad, con la dimisión o el cese del consejero",
que sí es lo que declara abiertamente “La Asociación para la Defensa de la
Sanidad Pública”, tan manipuladora como los dos sindicatos pero más sincera.
Así, pues, vemos que algunos componentes de la izquierda siguen codiciosamente
fanatizados, en esta ocasión casi con sobredosis de fogosidad, y no desean
perder el hábito de manifestarse contra cualquier gobierno no controlado por
ellos.
La labor del
comentarista político ante estos casos destinados al engaño es la denuncia en
los pocos medios independientes que van quedando. Porque otra de las
características del fanático respecto a sus arbitrariedades es disfrazarlas de
buenas obras. Para ello necesita rodearse de una prensa adicta y abundante cuyos
titulares proclamen a diario el Juicio Final, sea mediante el “No a la guerra”,
el “Nunca mais” o el “En defensa de la sanidad pública”, cuando está claro que en
el hospital de Leganés, detonante de la manifestación, un tal Montes se
concedió a sí mismo licencia para matar y practicó una medicina alternativa mediante
una sedación de ultratumba que dejaba a los pacientes en coma, camino del hoyo.
Claro que el asesinato
de calidad practicado por Montes no todo el mundo lo ha visto mal, ya
que se acerca mucho a esa eutanasia idílica que los
socialistas y sus cómplices pretenden alzar al rango de Ley, de ahí que a
instancias de los sindicatos constituidos en brazos alborotadores de la
izquierda, que ya tienen valor, quieran canonizar a Montes y alojarlo en ese cielo civil de nueva
creación en el que parece que todos debamos ir a parar algún día, o evidentemente el día que
ellos decidan. Esperemos, eso sí, que los habitáculos celestiales civiles
cuenten con algo más de 25 metros cuadrados y aseo no demasiado compartido,
como esos pisos de la ministra Trujillo que promociona a todas horas y los
llama soluciones habitacionales.
Artículo
revisado, insertado el 13 de abril de 2005 en Batiburrillo de Red Liberal
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