El coraje bien definido consiste en fijarse una meta y tratar de alcanzarla incluso si requiere un esfuerzo sobrehumano, porque en cada uno de nosotros hay precisamente eso: un ser excepcional. |
España es un
país de mediocres, de gente fanatizada y masas aborregadas a las que no les
interesa algo distinto que el vivir al día mediante un esfuerzo mínimo y cuyo
sentimiento más destacado es el odio a la libertad. Son pocas las excepciones,
aunque valiosísimas, que escaparían a la definición de ese tipo de individuos
embarcados en la insignificancia, la exaltación o el conformismo. Sí, reconozco
que es muy fuerte lo que estoy reflejando, además de soberbio y probablemente
injusto al usar semejantes términos referidos a toda una nación. Pero no es así
como yo muestro a mi patria, sino como la están catalogando en las aulas de
esas regiones periféricas que desean crear conciencia nacional propia a costa
de convertirnos a los españoles en unos seres inmundos que son sus enemigos
naturales.
Admito que algo
de razón no les falta a los separatistas, puesto que hemos tenido muy pocos
episodios de coraje generalizado, entre los que podría citarse la sublevación
ante el Imperio napoleónico y alguno más que se me escapa ahora. Lo nuestro ha
sido siempre el batallar en grupitos al mando de un ser excepcional de gran
ambición o talento, llámese Cortés, llámese Pizarro o llámese Rodrigo Díaz de
Vivar, el Cid para los amigos, a quienes luego ni se les ha recompensado
debidamente su esfuerzo ni se les ha reconocido en vida. El resto de nuestra
historia más bien fue protagonizada por reyes anodinos o cargada de brillantes
derrotas como consecuencia de enfrentamientos con otros reinos, entre los que de
un modo u otro siempre se encontraron Francia o el Reino Unido, que ejercieron
de clásicos provocadores a los que se les respondió las más de las
veces con apatía o ineptitud.
No es de
extrañar, pues, que con semejante currículo histórico haya grandes masas de
españoles que no deseen serlo y se sientan naturales de naciones quiméricas en
las que todo fue grandeza, según se les dice a sus habitantes, y la vida
transcurría de un modo pastoril que nunca debió perderse. Cuando la historia se
explicó más favorable a la unidad de España fue precisamente en aquellos
períodos dictatoriales, como el franquismo, que por sí mismos invalidaron
cuanto se había contado aunque hubiese mucho de verdad en ello. Luego vino la
desvergüenza del nacionalismo, secundada por la desidia de los sucesivos
gobiernos centrales, y se eliminaron de las enseñanzas las mismas gestas
patrias que sobrevaloró la dictadura, aunque también se eliminaron cuantas
certezas históricas eran irrefutables se mirasen como se mirasen. Se partió de
cero y en los libros de texto comenzaron a aparecer tres capítulos que lo
explicaban todo: En primer término la propia región, definida siempre como
nación y ubicada en un mapa de distinto color; luego Europa, donde forzadamente
se incluía España como si fuese algo aparte; finalmente el resto del mundo,
digamos de pasada.
Así se lleva 35
años y el color de las regiones que se creen naciones cada vez es más intenso
en los textos y cada vez ocupan más territorios: Euskal Herría y Els
Països Catalans, curiosamente tan elásticos como la goma, son ya las
marcas acreditadas de fábrica que acabarán rodeadas de mar por todas partes,
tal es el deseo de unos separatistas que no dudarán en reflejar algún día a la
España no deseada en un recuadro pequeñito sobre Marruecos, como hacía antes la
Televisión Española, en relación a Canarias, al darnos el informe del tiempo.
El asunto no se
solucionará fácilmente, no queda más remedio que apelar a ese coraje colectivo
citado al inicio para desenmascarar a tanto falsario. Mientras en España no
haya un levantamiento de la población, por supuesto reflejado en sus votos, que
ponga al Gobierno en su sitio y arranque de las manos la educación a los
separatistas, no tendremos paz civil, ni honor, ni moralidad. Y cuando se
pierden esas virtudes, lo siguiente en precipitarse es la economía y el
bienestar. De nada vale haber llegado a ser la décima potencia económica del
mundo si todo apunta a que nuestro futuro es de lo más sombrío e incierto. Se
sabe la causa de tanta fragmentación y malestar y no se hace nada gobierne
quien gobierne. Y lo que es peor, la política de los socialistas y sus
cómplices nos avisa de que aún es posible que todo se agrave más.
Contra un futuro
así, coraje. Contra la desidia de Zapatero y la inmoralidad de su gobierno,
coraje. Contra la felonía de gentuza como Maragall, que va de socialista
moderado y es el mayor de los nacional-separatistas, coraje. Contra ese
chantajista Ibarreche que recoge los frutos de los pistoleros como el atentado de
hoy en Madrid, coraje. Coraje para que no decaiga nuestra denuncia ante tanta
infamia y para hacer comprender al pueblo español, aunque sea muy lentamente,
que debe posicionarse del lado de la verdad, la igualdad, la justicia para
todos y la libertad individual, que no es más que una forma de definir a la
patria española. Porque una patria libre, en plenitud, debe liberarse en primer
lugar de tanto mal nacido separatista y acto seguido de esa izquierda adoradora
de tiranos, como Castro, y secuestradora de la libertad de prensa, como
demuestra el proyecto de ley según el cual se le concederá a Polanco el 50% de
las frecuencias radiofónicas.
Nosotros, los
liberales, no podemos hacer demasiado porque contamos con escasos medios
informativos y tenemos poca tendencia a formar un bloque defensivo que fije los
pies en el suelo y contraataque a las embestidas de los totalitarios, pero es
precisamente en ocasiones de orfandad de poder, sea mediático, sea político,
cuando el coraje es más necesario para resistir al mal de nuestro tiempo: El
nacionalsocialismo y sobre todo el populismo. Hagamos apología continuada de la
libertad y el liberalismo y vaya paralela a esa apología la más firme denuncia
de los liberticidas y embaucadores, de los rompe patrias y secuestradores de la
Historia. Condenemos también a los equidistantes por cuanto representan la
complicidad revestida de mesura ante el fanatismo y la indolencia.
Artículo revisado, insertado el 9 de febrero de 2005 en Batiburrillo de Red Liberal
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