Hay que decir
bien alto y conviene empezar a decirlo que la España de las autonomías ni tiene
solución ni es la salida a nuestros problemas más cruciales, como el bienestar
de los españoles en su conjunto. Hemos efectuado una prueba que ha durado 35
años y el resultado ha sido un completo fracaso. Se están creando 17 nacioncitas
(19 si contamos las ciudades de Ceuta y Melilla) y no hace falta ser muy listo
para comprender que el asunto acabará como el rosario de la aurora o a tiro
limpio igual que en los Balcanes. Regiones como Cataluña o el País Vasco (desde
un punto de vista histórico sería mucho más correcto escribir “provincias
vascongadas”) encabezan a ojos vistas una sedición que el actual presidente del
Gobierno —también los anteriores y probablemente los siguientes— es incapaz de
valorar y de frenar.
Los españoles
hemos tenido mala suerte, en 2004 hemos querido echar al PP del Gobierno (que
conste que yo no he sido) y le hemos facilitado el poder a quien no sabe
ejercerlo, es incapaz de dejarse asesorar por un equipo de gente sensata y al
final se deja mangonear por todo el mundo al estar gobernando en minoría. Somos
una nación de torpes donde además abundan los fanáticos, eso está claro, quizás
yo el primero por perder el tiempo en escribir esto y jugar al papel de bloguero
que ejerce el análisis político y gusta de leerse a sí mismo pasado un tiempo. ¡Qué
horror!
Después de
Cataluña y Vascongadas vendrán otras regiones, porque a todo el mundo le gusta
vivir a lo grande y cortarle sus buenas lonchas al jamón. De modo que si
Zapatero acepta lo que le llegue del Parlamento catalán, que todo apunta a que
será un clon del Plan Ibarreche, o peor, nos encontraremos con la primera
“nación” independiente en lo político y garrapata en lo comercial. Y eso es un
bocado demasiado exquisito para que otros no lo quieran degustar. Y seguirá el
rollo macabeo todo el tiempo que haga falta entre los que pretendan emular a
los privilegiados. Nada más lógico. Y habrá propuestas similares, hasta 17 o
19, para igualarse en guapura "nacional" a las nacioncitas. Lo que
dejará al Gobierno central sin capacidad alguna de legislar para todos, puesto
que cualquier ley pasará automáticamente al Constitucional si contraría apaños
legislativos autonómicos de aquí o de allá; qué digo autonómicos, nacionales,
que es como se llamarán las regiones: Nación Pepita, Nación Juanita, Nación
Enriqueta... Menos Murcia, que pasará a denominarse "Región Independiente
de Murcia". ¡Con un par!
Se podría dar el
caso, pensando con cierta lógica, que la entrada en el Congreso de los
Diputados del nuevo estatuto catalán acabará por costarle el cargo a Zapatero,
hartos sus compañeros de partido de tener que soportar a un verdadero anormal
que sólo sabe ceder ante los chantajistas o demorar la solución a problemas muy
graves mediante el uso de un licor de talante del que cada vez le queda menos
en el frasco. Si fuese así, y no descarto que suceda el despido que ZP pide a
gritos —el despido llegó al final de su segunda legislatura—, podríamos darnos
un respiro en los planes de destrucción masiva de España. Un respiro, digo, que
tampoco solucionaría nada a medio plazo, porque aquí de lo que se trata es de
encontrar una solución definitiva para los ciudadanos y el conjunto de la
patria común, que es España por si alguno lo duda.
Podría suceder
también que tras la marcha de Zapatero (con toda seguridad el gobernante más
incapaz que han dado los tiempos) su sustituto al frente del Gobierno, pongamos
que fuese Bono o algún otro similar, convocase elecciones generales que acabara
ganando el PP. Bien, ya tenemos otros escenarios posibles dependiendo de que
los populares consiguieran mayoría absoluta o no. Si no la consiguen, deberían
pactar con CiU o con los nacionalistas canarios (o con ambos), que exigirían su
tajada como hacen siempre y que no se toque un pelo a esto de las autonomías;
bien al contrario, pedirían que se les traspasara un nuevo chorro de
competencias de esas que el Estado cede aunque sean exclusivas, como ha pasado
con la meteorología que piden los nacionalistas catalanes.
Si, por el
contrario, el PP gana por mayoría absoluta, hoy por hoy improbable con casi
todos los medios informativos a favor de sus adversarios —¡Cómo lo haría de mal
ZP que los populares sacaron mayoría absoluta en todas partes!—, se
paralizarían las reivindicaciones nacionalistas pero comenzaría de nuevo la
guerra fría y pendenciera que tuvo que sufrir Aznar en sus dos últimos años de
mandato. Habríamos entrado de lleno en un nuevo período victimista y agitativo
que los gobiernos autonómicos, sobre todo el vasco y el catalán, usarían para
seguir concienciando a sus poblaciones y arraigándoles más, si cabe, la necesidad
de ser una nación plena y fuera de la órbita de España. Y vuelta a empezar otro
ciclo de inestabilidad política, con el apoyo gustoso de ese PSOE que nunca ha
sabido ser oposición, y así hasta el infinito. Y eso, amigos, no hay cuerpo que
lo aguante ni generación que viva tranquila y pueda dedicarse al bienestar y a
la creación de riqueza y cultura. Vivir en el filo de la espada sólo causa
miseria y heridas mortales en el alma, especialmente cuando no hay manera de
bajarse de ese filo que nos tiene a todos inmersos en el bucle de la felonía
nacionalista.
Gobiernen los
socialistas o gobierne el PP, sea con mayorías absolutas o en coalición con
algún otro partido menor —hoy Podemos o Ciudadanos—, la solución no va a llegar
nunca de la mano de las autonomías, especialmente de aquellas que fingieron aceptar
un pacto constitucional al ver que podían apropiarse de las competencias
claves, como la educación, y crear entre sus ciudadanos, repito, la necesidad
angustiosa de ser reconocidas como naciones y así buscar la independencia. No,
ese sistema ha fracasado rotundamente y es incompatible con la única nación
existente, llamada hermosamente España.
Hay que usar
otro modelo si queremos mantener unida a España. Para los que no quieren una reforma
constitucional que vuelva a centralizar todo el poder y elimine las autonomías,
que sería lo más lógico si supiéramos aprender de nuestros propios errores y
tomar nota de lo que hacen nuestros vecinos franceses, siempre cabe la
descentralización por la vía municipal. España cuenta con unos 8.000 municipios
que pueden llegar a reducirse a menos de la mitad, démosles a los ayuntamientos
tantas competencias como se crea oportuno y probemos algo semejante a un plan
B. ¿Quién debe proponer una cosa así? El PP, sin duda alguna, y en la primera
mayoría absoluta que disponga deberá ratificarse en referéndum. La
administración quedará más cerca de los ciudadanos, que son los que de verdad
cuentan, y le habremos quitado el poder a esos políticos regionales que se
dedican a alambicar naciones de garrafa.
La alternativa
al plan B, no nos engañemos ni juguemos a la equidistancia de un ZP tan
estúpido como ingenuo, es la independencia clara de las regiones que quieran
marcharse, nunca de esos estados tibiamente asociados sólo para lo bueno, sólo
para lo que a ellos y a su codicia les interesa. Ah, no, amigos, conmigo que no
cuenten para seguir mandándole dinero a Ibarreche como sucede desde hace años a
causa de un cupo pactado a la baja que no cubre ni de lejos los servicios del
Estado en el País Vasco. Habrá inmoralidad mayor que pagarle a un chantajista
rico para que se vaya sólo un poquito y desde la distancia pueda seguir
vendiéndonos lo que se fabrique en el País Vasco. Bien, pues esto mismo vale
para los nacionalistas catalanes. ¡A tomar por saco Ibarreche, Carod, Maragall,
Mas, Junqueras y todos los liberticidas que piensen como ellos! Si por mí
fuera, eliminaba las autonomías de un plumazo. ¡Ya lo he dicho, leche! Y bien a
gusto que me he quedado.
Artículo
revisado, insertado inicialmente el 6 de febrero de 2005 en Batiburrillo de RedLiberal
PD: El PP ha dispuesto
de una mayoría absoluta asombrosa de lo completa que ha sido. No ha hecho
nada de nada para poner en su sitio a la casta autonómica y ya veremos en qué
acaba lo del 27-S en Cataluña, luego está claro que además de mayoría absoluta
hace falta un dirigente con coraje que esté dispuesto a jugársela por el bien
de España. A eso se le llama valor y patriotismo. Que levante la mano quien
considere que reúne esas cualidades y en cuanto empiece a demostrarlo ya sabe
que puede contar con mi voto y el de unos cuantos que conozco.
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